Cuando la melodía respira en vertiginosos acordes jazzeados se dibuja el extinto boliche de la plaza Alberdi, donde ha nacido esa chacarera que mordiendo sueños nos roba la noche entera. El maestro de calva morocha y reluciente se asombra de que su música, compuesta hace más de cinco décadas, pueda sonar así. Despierta luego “Pal Aredes”, una pieza añeja y poco frecuentada. Tras los aplausos, los versos acarician la noche. “Pobrecita, doña muerte, no tiene infierno ni cielo, lo pasa rondando al mundo solita con sus desvelos…”, las coplas de Perecito se hermanan con “Barba i’ají”, una intrincada pieza, que exige a fondo el talento de Trealilo. En la noche del viernes, Gerardo Núñez (canto), Ariel “Furia” Alberto (guitarra) y Café Valdez (percusión y canto) están abriendo el ciclo de recitales de Sadaic en el centro cultural “Juan Carlos Recalcatti”, de la Universidad Tecnológica Nacional.

Núñez les abre las puertas del escenario a Angélica Camuñas y a Gustavo Moyano, que regalan tres piezas del anfitrión. Ella despliega simpatía y un canto expresivo, acompañada por una sobria guitarra. Luego, invita al espigado cantautor Fava Kindgard, un jujeño de suecos ancestros. La voz atenorada se trepa con calidez y sentimiento a una chacarera disonante de su autoría. Se zambulle en “Yo quiero ser halcón”, un festejo de Miguel Ángel Pérez y Núñez, para concluir con un homenaje a la bagualera.

Trealilo vuelve a escena, en algunos tramos acompañado con solvencia por el taficeño Quique Yance (teclados) que exhibe su duende improvisador. “El címbalo del coyuyo” (letra de Ariel Petrocelli), pone en evidencia una vez más la creatividad de Gerardo no sólo como compositor, sino también como musicalizador de poemas.

Algunas anécdotas y las piezas de Núñez van envolviendo con su magia al público. “El nocturno para mi madre”, poema de Walter Adet, se abraza con “no me reclame niño si lo abandono, le peleo a la vida por usted, tesoro. ¡Ay, qué camino tan desparejo, la angustia cerca y mi niño lejos!”

La calva de 81 años está de fiesta. La emoción le recorre la sonrisa. Convoca a sus invitados en la despedida. Los acordes de la “Del 55” reverberan tal vez ahora en la plaza Alberdi. “Que me moje el vino que viene lento, que me nombre el hombre que está contento, que se saque todo el dolor de adentro...”